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¿Una comida feliz?


Cada vez que compramos, emitimos un voto; como individuos podemos caer en la tentación de pensar que nuestros pequeños actos no tienen importancia, que una comida no puede influir. Pero cada comida, cada bocado de alimento, tiene una rica historia: cómo y dónde creció o se crió, cómo se cosechó. Nuestras compras, nuestros votos, determinarán el camino que sigamos. Y se necesitan miles y miles de votos a favor de prácticas agrícolas que restauren la salud del planeta.
Es imposible seguir con el insensato consumo del mundo occidental, que ahora extiende sus codiciosos tentáculos por todo el globo. El precio, cuya mayor parte pagarán nuestros hijos, es demasiado alto. Solo actuando unidos, negándonos a comprar alimentos que se han sazonado en secreto con venenos y dolor, podemos enfrentarnos al poder empresarial que envuelve el mundo. Juntemos las manos. Hablemos por quienes no tienen voz y por los pobres. Defendamos nuestro derecho, como ciudadanos de democracias libres, a volver a tomar las riendas de la producción de alimentos. Sembremos todos juntos las semillas de una cosecha mejor, capaz de generar otra manera de vivir.





Así habla esta sabia mujer, haciéndonos reflexionar sobre si existe una necesidad real de seguir creciendo al ritmo en que lo hacemos ahora. La respuesta es clara, rotunda, tajante: NO. Algo que, a poco que nos sentemos un momento a reflexionar (aunque tal vez sea pedir mucho en esta época de estrés, plagada de un sinvivir continuo, que detengamos un instante el motor y veamos hacia dónde nos dirigimos), nos resultará obvio. El crecimiento exponencial de la población no permite a la tierra dar los frutos necesarios para nuestra subsistencia. El consumo excesivo de carne es el germen de una actitud insolidaria con los pequeños agricultores, con los más necesitados y con el medio ambiente. Pero todo parece darnos igual, hay que crecer, más y más… ¿para qué? ¿Para legar a nuestros hijos, a nuestros nietos, una tierra baldía, un erial que ni sus lágrimas podrán regar? Si no detenemos ahora nuestro ritmo de crecimiento, no habrá futuro por el que lamentarse. Pero estamos a tiempo, cambiando nuestra conducta, nuestra forma de pensar, si no de remediarlo y volver a la Tierra al estado en el que la recibimos de nuestros padres, sí al menos de reducir el gravísimo impacto que le estamos causando. En nuestras manos está, con nuestro voto individual, decidiendo cómo nos desplazamos, qué comemos, cuánto consumimos. Y aquí no valen medias tintas.


¿Colaboras? Todos somos el medio ambiente.

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