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Lo mejor que le puede pasar a un cruasán




He pasado unos días disfrutando de lo lindo en compañía de dos Pablos, Tusset y Miralles, autor y personaje, ambos de aguda inteligencia y lengua aficionada a modular expresiones procaces. Hace unos años, no recuerdo si por falta de tiempo, por andar atareado con varias lecturas o por qué motivo exacto, descarté la novela Lo mejor que le puede pasar a un cruasán tras leer apenas el primer capítulo. Sin embargo, tal vez porque el verano es proclive a este tipo de lectura, quizás porque había llegado su momento, en esta ocasión he devorado el libro en cuestión. Emparentada con la novela negra y picaresca, la historia que nos trae Tusset en su primer título, publicado siete años atrás, nos atrapa en la resolución de la intriga de la que Miralles no puede escapar: su hermano y la secretaria de éste desaparecen sin dejar rastro, dejando a Pablo una deuda de cincuenta mil pesetas a cuenta de un trabajito que le había sido encargado por aquél. Así comienzan las aventuras de este remedo del genial Ignatius narradas por su equivalente en la vida real, un nuevo Mendoza con aires de Vázquez Montalbán . Y es que, aunque las comparaciones sean odiosas, no puedo dejar pasar las impresiones que desde un primer momento me transmitió la novela. Con todo, aunque resulta genial y atrapa desde su comienzo, no dejó de recordarme –salvando las distancias- al protagonista de La conjura de los necios atrapado en El laberinto de las aceitunas . Eso sí, las numerosas referencias a hechos contemporáneos a la obra, generalmente banales, le dan un toque de frescura que, me temo, irá deteriorándose con el paso del tiempo.


En resumen, resulta un libro ideal para disfrutar con la aventura que nos presenta, especialmente en estos largos días de estío, aunque no se trate de una obra maestra.

Wolfhound, el guerrero


En buena hora se me ocurrió disponerme a ver Wolfhound, el guerrero esta mañana. Encontré esta película casualmente, hará cosa de un par de meses, cuando contemplaba atónico en Llutuv el trailer de una supuesta producción cinematográfica en torno a la Cuarta Edad de la Tierra Media (Ancanar , creo recordar que se llamaba), y rezaba a dioses en los que no creo para que el proyecto se malograse (así me las gasto, con mala saña y peor intención), o me evitasen al menos caer en la tentación de verla, “manquefuera ” para criticarla. El caso es que, volviendo a Wolfhound , tras ver algunas imágenes de la película no me pareció que tuviese mala pinta del todo, y tras comprobar que se trataba de la primera producción fílmica fantástica de Rusia, me dije: esto tengo que verlo. Además, llevaba el nombre de una de mis razas de perros preferidas, el Irish Wolfhound o Lobero Irlandés (la raza canina con ejemplares de mayor tamaño), y me dije que tan mala no podría ser la experiencia. No, qué va…


Me senté frente al televisor, tras insertar en el reproductor el DVD de la película, y pulsé el plei del reproductor. Los créditos, en cirílico, con un par. Una aldea con tintes bucólicos rusos (en serio, son epítetos compatibles), un herrero forjando una espada, el hijo de éste y de su hermosa madre, que también aparece en el plano. Empezamos bien; si el niño fuese menos rubio y se llamase Jorge Sanz, diría que estaba viendo el comienzo de Conan, el bárbaro . En esto andaba pensando cuando llega al poblado un grupo de jinetes con muy malas pintas, y comienzan a dejar sin cabeza a todo bicho viviente. Mecachis, a ver si he cogido el DVD que no era… No, Chuarchi está en su sitio, qué raro… A ver si es una versión de He-Man … porque el malo parece Skeletor Esqueletor . O de El guía del desfiladero , que también cumple con el binomio pueblecito tranquilo" vs. "guerreros malvados que matan a todos menos al joven que vengará a su pueblo”. Pero no, decididamente no se trata de ninguna de estas películas.


La historia sigue avanzando, y nos encontramos con un guerrero, Lobo (Wolfhound), decidido a vengarse de aquellos que mataron a todos los miembros de su clan, los Lobos Grises (excepto a él mismo, se entiende). Le acompaña una curiosa mascota: un zorro volador, especie de murciélago frugívoro, que en principio difícilmente podremos ver sobrevolando la taiga o la estepa, pero que junto a Lobo recorre poblados que recuerdan a las ilustraciones de Ivan Bilibin para los libros de Afanasiev que leí en mi infancia, en los que Baba Yaga parecía más ingeniosa que el Esqueletor malo maloso de la peli. En esto me ha recordado a Marc Singer (el “bueno” -no entraré en matices semánticos sobre la palabra- de V ) en El señor de las bestias . El caso es que Lobo conoce a una princesa, se hace su feroz guardián, y de paso va liquidando a cuantos seguidores de Maneater (original el nombre de Esqueletor, ¿verdad?) se le cruzan por el camino.


Wolfhound, tras terminar de verla, me ha dejado más bien indiferente. Aunque algunos tintes de folclore ruso se cuelan entre los intersticios de una historia más bien convencional, no son lo suficientemente buenos como para marcar una diferencia de calidad entre esta película y otras del género, que vinieron a explorar explotar en los ’80 la estela que dejase el Conan de John Milius (que tan buen sabor de boca me ha dejado recientemente con Roma ). La magia y fantasía que presenta esta película me recuerdan un poco a la que tiñe historias eternas como la de Tristán e Isolda , es decir, cercana a la de las historias transmitidas por narración oral, los cuentos de hadas o las narraciones mitológicas en las que dioses y hombres hollaban conjuntamente la Tierra, y se amaban (carnalmente) entre ellos.


Y todo esto para plantearme, señoras y señores, si caeré en la maldición tentación de dejarme arrastrar hasta el cine para ver a uno de mis mitos de la infancia: el Príncipe de Persia , cuyo rostro en el celuloide tuve la desdicha de encontrar hoy...


Hay días que es mejor no levantarse… ni dejar de leer el libro que me tiene enganchado en este momento ;)