Recientemente recibí un correo electrónico que venía encabezado del siguiente modo:
Estimadas/os amigas/os…
Hacía gala, como tantos escritos hoy día, de la llamada perspectiva de género. No sé a ustedes, pero para mí la idea que transmite dicho escrito está bien clara: dejar patente que existen DOS sexos, y que hay que distinguirlos pese a quien pese. Y es que, además de convertirse en textos ilegibles o, cuando menos, engorrosos, hacen un flaco favor en pos de la igualdad de sexos, aunque sea en lo tocante a derechos y obligaciones.
Porque si bien es cierto que el lenguaje puede tener matices sexistas, y la propia evolución del lenguaje en una cultura es permeable a estas inclinaciones, ya sean machistas o feministas, no es menos verdad que, en la mayor parte de los casos, la ciudadanía no es consciente de dicho sexismo en el lenguaje. Argüirán aquellos que se erijan como poseedores de la única verdad, que no percibimos matices sexistas de tan acostumbrados que estamos a comunicarnos de este modo, y posiblemente tengan parte de razón en ello. Pero deberíamos sentarnos a razonar si no será peor el remedio que la enfermedad. Por lo pronto, a “aquellos y aquellas” que opten por usar la perspectiva de género en sus escritos, ya sea duplicando el género de sus oyentes, intercambiando vocales o insertando novedosos y tecnológicos símbolos como la arroba (@), deberían plantearse si no están incurriendo en el mismo defecto que pretenden erradicar. Porque, puestos a ser política y genéricamente correctos, ¿deberíamos dirigirnos a nuestros oyentes según su sexo o su sexualidad? Así, tendríamos mujeres heterosexuales, hombres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres homosexuales, mujeres bisexuales, hombres bisexuales, transexuales (y alguna otra combinación que ignoro, o prefiero ignorar, que para el caso es lo mismo). De otra forma, señoras y señores, estaríamos obviando a parte de nuestra sociedad, sumiéndolos en el más horrible de los vacíos. Y podríamos escribir, dirigiéndonos a todos/as/es/@s/xs/ys los/as/es/@s/xs/ys ciudadanos/as/es/@s/xs/ys que, ¡albricias! recibirían nuestro texto con todo tipo de parabienes, aunque no hubiese ser humano/a/e/@/x/y en el mundo capaz de sacar la más leve pizca de información de ahí… o de no morir en el intento.
El idioma, señoras /es/os/@s/xs/ys, es el que es porque siglos de evolución le han hecho así. En estos tiempos de prisas, en los que lo queremos todo para anteayer, corremos el riesgo de dañar, destruir y hacer desaparecer uno de nuestros legados culturales más importantes: la lengua. Y todo ello en aras de ser más buenos y correctos. Aunque dejemos el alma por el camino, primando las formas sobre el fondo.
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