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El juego del ángel


Profundamente decepcionado me ha dejado la lectura de El juego del ángel, la segunda “novela adulta” de Carlos Ruiz Zafón. Hace unos días, precisamente el Día del Libro de este año, comentaba cómo me había gustado en su momento La sombra del viento, anterior novela del autor catalán. Cuando leí La sombra del viento, sólo había oído hablar de ella por Círculo de Lectores, y la verdad es que simplemente se trataba de la prometedora novela de un autor poco conocido hasta aquel entonces, a menos que abundásemos en su producción para un público más juvenil (con El príncipe de la niebla o Marina, entre otras obras).


Siempre se dijo de las segundas partes que no fueron buenas, y aunque no se puede hablar de El juego del ángel como una continuación estricta de La sombra del viento, lo cierto es que se inscribe en el personal universo narrativo de Zafón, y en una Barcelona pretérita que nos resultará en extremo familiar a los lectores de su anterior novela. Algo me decía que el revuelo mediático que se cuajaba en torno al nuevo lanzamiento de Planeta no presagiaba nada bueno, pero me convencí a mí mismo ante la reticencia a adquirir el libro. “Que le guste a más gente, o que haya tantas personas esperando este libro tras el éxito mundial de La sombra del viento gracias al boca a boca de sus lectores, no tiene nada de malo. Y al fin y al cabo, han pasado siete años desde su publicación, tiempo más que suficiente para escribir un buen libro”. Craso error el mío. El juego del ángel es un libro de lectura fácil, adictivo aun sin llegar al extremo de La sombra del viento, bien escrito aunque tal vez excesivamente adjetivado (curioso que le propio Zafón critique esta forma de escribir en la propia novela), y que pierde fuerza por momentos, especialmente con un final insulso, casi un deus ex machina que desde mi punto de vista podría haber obviado.


Zafón intenta copiar la fórmula de los folletines de hace un par de siglos, pero con relativo éxito. Ciertamente no llega al nivel de Dickens, Hugo, Dumas o Balzac, y puede que ni tan siquiera lo pretenda, pero la sensación que queda es la de ineficacia a este respecto. Si a esto sumamos los variados errores ortográficos (como urgar, o Estanbul, pág. 421), alguna que otra errata (Escrité, pág. 181), y el cambio de nombre del protagonista en un momento de la novela (Daniel por David, pág. 61), se me antoja que Planeta ha pagado parte de la avalancha publicitaria a costa de reducir los gastos de un buen corrector. Y si tenemos en cuenta la poco menos que correcta encuadernación, mediante encolado y con las hojas sin coser, mejor no preguntarnos ahora qué ha ocurrido con los 24,50€ que nos acabamos de dejar en la librería.

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