"Hay un momento en el crepúsculo en que el mirlo levanta el vuelo y dibuja en el aire un pentagrama oscuro con el pico naranja. No se sabe si este canto es de júbilo o melancolía. En todo caso, imita la gaita de Carlos Núñez."
(Manuel Rivas)
Ayer me reencontré con el Cervantes de Málaga, y con un viejo conocido, o gaiteiro da terra, el genial Carlos Núñez que, junto a algunos integrantes de su banda (su hermano Xurxo, como siempre, en las percusiones, y el magnífico guitarrista Pancho Álvarez) y acompañados por la violinista irlandesa Niamh Ní Charra (miembro de Riverdance, algunos de cuyos bailarines ya participaron en el proyecto Carlos Núñez y amigos), nos trajo la música de los sueños del séptimo arte con su Cinema do mar. Pero el concierto no se quedó en eso, sino que el gaitero repasó buena parte de su discografía, consiguiendo con el canto de la gaita traspasar el techo del teatro y hacernos volar a ras de las olas como ya lo hiciera Ramón Sampedro en la recreación que de su vida y muerte presentase Amenábar con Mar Adentro, en cuya banda sonora colaboró Núñez.
Siempre que escucho a Carlos, su música celta, pura en su fusión como toda música tradicional, ya sea gallega, cántabra o asturiana, de la Bretaña o Irlanda, escocesa o llevada al Nuevo Mundo por los emigrantes, siento la música en mi interior, me traslada y hace soñar, consigue (incluso a mí) incitarme al baile, a seguir el compás, a enamorarme aún más de la vida y de la Tierra, y a entender un poco menos el ritmo frenético de destrucción del que parecemos enorgullecernos. Y es que como cantaba El Cabrero, “entre más pasan los años/más me aparto del rebaño porque no sé a dónde va”.
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