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Lector in fabula


Nuevamente una entrada de felicitación para otro de los grandes de las letras mundiales. Hoy cumple años (76) el piamontino Umberto Eco, semiólogo, crítico literario, investigador de masas y autor de una de las novelas más afamadas de las dos últimas décadas, El nombre de la Rosa. Más allá de un best-seller o de una novela policíaca o histórica, laberinto borgiano incluido, El nombre de la Rosa supuso el descubrimiento, para mí y para miles de personas, de un autor poco prolífico (en cuanto a la novela se refiere, aunque no así respecto a ensayos y otras obras sesudas), pero interesantísimo sin duda. No he dejado de leer ninguna de sus novelas (y muchos de sus ensayos, con mayor o menor fortuna), y todas ellas me encantaron.


Sin duda, Il nome della Rosa es la más maravillosa de ellas, magnífica de principio a fin, pero su enorme éxito popular provocó que Eco, en El péndulo de Foucault, optase por una prosa más barroca y una trama más erudita, que espantó (literalmente) a muchos de sus seguidores. No fue mi caso, aunque he de admitir que leyéndola cuando contaba catorce años no se convirtió precisamente en una de mis novelas de referencia. Unas de las citas más curiosas que he leído con respecto a esta novela son las declaraciones de Eco respecto al éxito mundial de la novela El código Da Vinci, de Dan Brown, en una entrevista que concedió a The New York Times, cuando la entrevistadora le compara esta novela con El nombre de la Rosa:


Mi respuesta es que Dan Brown es uno de los personajes de mi novela, El Péndulo de Foucault, que habla de gente que empieza a creer en asuntos ocultistas.


Y la entrevistadora le insiste: Pero usted parece interesado en la cábala, la alquimia y otras prácticas ocultas…


No, en El Péndulo de Foucault escribí la representación grotesca de esta clase de personas. Así que Dan Brown es una de mis criaturas.


Genial, sin duda.


Respecto a La isla del día de antes, su siguiente novela, me apasionó. La leí un tiempo después de su publicación, ya que aunque el argumento me llamaba la atención, temía encontrarme con otro péndulo. Por fortuna no fue así, convirtiéndose en uno de esos libros que, una vez comenzados, te atrapan y no te sueltan hasta que lo terminas, con algo de pena por separarte, en este caso, de tan singulares personajes. La verdad sea dicha, tengo muchas ganas de releerlo para comprobar si despierta en mí, como antaño, tal sentimiento de hilaridad (me desternillaba con muchas de sus descripciones y situaciones absurdas), y me atrapa con igual fuerza su riquísima prosa. De naufragar, como Roberto de la Grive, mis compañeros habrían sido los libros, pues como ya afirmó el autor que hoy nos ocupa:


"Si naufragamos en una isla desierta, donde no hay posibilidad de conectar una computadora, el libro sigue siendo un instrumento valioso. Aun si tuviéramos una computadora con batería solar, no nos sería fácil leer en la pantalla mientras descansamos en una hamaca. Los libros siguen siendo los mejores compañeros de naufragio. Los libros son de esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados,simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera."


Tras este par de novelas, llegaron Baudolino, novela histórica como El nombre de la Rosa, pero desde una perspectiva completamente distinta: la picaresca. La verdad es que me encantó, al tratarse, como siempre ocurre con Eco, de una novela inteligente, y muy fresca, la verdad. Y, por último –nunca mejor dicho, ya que Eco afirmó que tras la misma no volvería a publicar más novelas-, llegó La misteriosa llama de la reina Loana, una novela autobiográfica, en la que el autor mezcla literatura con una variada iconografía que deja traslucir, gráficamente, de qué fuentes bebió en su juventud este maestro.


Así pues, muchísimas felicidades, señor Eco. ¿El mejor regalo que podemos hacerle? Leer una y otra vez sus libros.

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